miércoles, 22 de julio de 2015

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A mi madre a veces le da por despreocuparse y entonces tiene una ligereza muy bonita que no sé describir. "Te echamos de menos pero sin nostalgia" es el wasap del otro día que me hizo sonreír. 
Un tipo al que conocí una vez me explicó que, dada su raza, era una estupidez ser nostálgico de un tiempo pasado que a todas luces era peor. Me convenció, aunque no siempre lo que uno deja atrás es prescindible. Hay nostalgias de por vida, imposibles de extirpar. 
Cuando de pequeña volvía andando del colegio, debajo de mi casa cogía unas margaritas y se las subía a mi madre. Me temo que esta imagen tan bucólica, cliché, pasteloide, lo que quieran, es verdad. Como verdad es que decidí seguir haciéndolo de mayor, cuando estudiaba y vivía con mis tíos en Bilbao, y lo sigo haciendo ahora cuando vuelvo a casa. El gesto, a mi edad, ya tiene un toque de ironía y humor que no tenía cuando lo hacía sin pensar. Pero hoy me he dado cuenta de que en ese ritual sigue habiendo algo del candor aquel, porque cuando he visto la fotografía de las margaritas mutantes que han aparecido en Fukushima, se me ha encogido el corazón un segundo. 

La energía nuclear altera el pasado.