lunes, 28 de septiembre de 2015

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La soledad es el tema de este artículo lleno de cifras y porcentajes. El 80,1% de la población española vive acompañada y el 19,5% vive en soledad. Me imagino que se refieren al total de los que viven bajo un techo. 
No voy a entrar a analizar los porcentajes y las variables; éste es uno de esos artículos en los que la neurona se me desconecta porque no encuentra asidero narrativo. Pero me llama la atención que el sentimiento de soledad se base en el hecho de vivir solo y también me pregunto si cuando te preguntan a ver si te sientes solo ya existe un rechazo previo al hecho/sentimiento en sí.  
Por circunstancias he vivido en tres residencias, en tres casitas con jardín y en diez pisos. Con cincuenta, con tres, con una, con uno, con veinte, con cuatro, aparte de con mi familia. También he vivido sola. Mi experiencia de la soledad no se basa únicamente en la mía, sino en la de otra gente: amigos cuyo silencio aprendes a respetar, gente que necesita limitar el tiempo que pasa con otros, tipos o tipas que socializan con cierta distancia y cuya intimidad, por mucho que te los encuentres en pijama o en gayumbos en el desayuno, se mantiene impermeable, outsiders a los que se les nota el esfuerzo en las reuniones sociales, parcos que usan el teléfono como se usaba antes, sólo para avisar y al grano. 
Nada de esto quita para que la soledad sea un mal terrible, que lo es, cuando es un mal. Pero me parece que para mucha gente, cierto grado de soledad puede ser una delicia. Y la compañía constante, una vida perdido en la marabunta.



Imagen: (c) Gilbert Garcin