lunes, 16 de marzo de 2015

12

Cuando yo era pequeña, desde mi cama veía un trocito del mapamundi gigantesco que tenía mi hermano en la pared de su cuarto. Sólo veía una porción, siempre la misma, mal iluminada entre la luz del pasillo y la sombra de la habitación. Y en ese trozo de mapa yo veía un enanito. Era un enanito sin cara, vestía una especie de camisa larga que iba arrastrando y tenía un sombrero alargado, como un churro o una porra que le salía hacia arriba desde la camisa, levemente ladeado hacia atrás, de tal forma que en mi imaginación, aquel enanito iba corriendo a toda velocidad. 
Al ir a la cama, me quedaba mirando al enanito hasta que me dormía. ¿Adónde iba ese enanito tan deprisa? 
Mucho tiempo después, decidí un día buscar qué parte del mapa era mi enanito. Y al hacerlo, descubrí por qué corría. Mi enanito era Nueva Zembla, un archipiélago de dos islas (la camisa y el sombrero), en el mar de Barents, donde, en 1961, como parte de sus pruebas nucleares, Rusia lanzó la bomba nuclear más grande jamás lanzada: la Bomba Zar.

Y esa, niños y niñas, es la diferencia entre la infancia y la edad adulta. 


El enanito huyendo de la Bomba Zar