domingo, 15 de octubre de 2017

Una historia interminable I

"Las metáforas son excusas. Yo no creo en una llave inglesa. La uso." [Anotado en un bloc, probablemente pronunciado por un ex.]


En una novela todo es fácil. Si quieres ir a correr todas las mañanas, pones a un personaje que sale a correr todas las mañanas. Es así de fácil; sólo depende de tu imaginación. Lo mismo le pasa al lector, que lee que el personaje va a correr todas las mañanas y es como si fuera él, porque se lo imagina.
Imagina, lector, tú que ahora estás leyéndome, que yo estoy corriendo, haciendo footing, mi cuerpo avanzando en tensión, respirando al ritmo de una canción que me aísla del ruido de la ciudad. Visto unos pantalones de yoga y una camiseta de tirantes, toda de negro, mi cara seria, concentrada en los músculos, atenta al impulso de las piernas, un diapasón que, después de un rato, puedo seguir sin pensar. Ya he cruzado ese umbral más allá del esfuerzo, he alcanzado el nirvana del corredor, en el que el cuerpo va solo, como sin ayuda, sin esfuerzo, llevado por una inercia que obedece a las leyes de la física y de la anatomía, y no a la mente. Entonces te dejas llevar. A unos, la inercia los llevaría hasta las antípodas sin pestañear. A otros, las obligaciones mundanas les hacen parar. A mí, que fumo, es la falta de oxígeno, que me calienta la cabeza, lo que pone punto final a mi nirvana deportivo. Imagíname, un cuerpo libre de esfuerzo avanzando por la acera, poco a poco consciente de sus pulmones atrofiados, de su respiración agónica, de la presión en la cabeza. 
Ahora imagina que lees una novela larguísima. Estás en tu casa, al principio consciente de todo lo que hay a tu alrededor. A medida que lees, va entrando en tu mente la historia. No sabes cuándo, pero en algún momento has perdido la noción del tiempo, has pasado a existir en otro plano, enganchado a un ritmo que te lleva sin esfuerzo. Has cruzado el umbral del lector, estás en el nirvana de la literatura. Podrías llegar a las antípodas del tiempo, ignorar tus obligaciones mundanas, abducido por la novela. Y entonces se acaba el nirvana. Fin. ¿Por qué? ¿Porque yo, la escritora, fumo? No, en la novela no fumo. ¿Porque tengo obligaciones mundanas? No, en la novela todo está listo en un abrir y cerrar de ojos.
Si mi imaginación no tiene límite, ¿por qué se termina la novela? Porque la novela quiere ser real. Y para ser real, no tengo que ir ahora mismo a hacer footing. Para que la novela sea real, tengo que convertirla en libro. Pero para eso, tiene que acabar. ¿Dónde? En la realidad; en el cuerpo del lector que deja de leer. Yo te prometo el nirvana, te llevo a las antípodas, te hipnotizo y te saco del tiempo, pero una vez terminado este viaje, te dejaré en la realidad. 

Si yo pudiera solucionar los problemas reales con una novela, lo haría. Pero mientras escribo, la realidad permanece impasible. Cuando termine mi novela, nada habrá cambiado, la contaminación seguirá indiferente al ejercicio de mi imaginación. ¿Para qué sirve imaginar, entonces, un mundo posible, un futuro post-apocalíptico, un pasado desconocido, una figura inspiradora? ¿Para qué sirve tu nirvana de lector, qué hacemos tú y yo en este espacio-tiempo sin límite? ¿Qué hago contigo, quieres saber cosas del mundo, quieres que ponga en palabras lo más recóndito de tu ser que sólo se alumbra cuando lees cosas que nunca te pasarán pero que deseas? ¿Quieres que te muestre aquello que no sabías que sentías?

Ahora cierra el libro, mira a tu alrededor e imagina una historia real. Esto ya no es una novela. Siente el nirvana de la contaminación a tiempo real. Siente tus pulmones atrofiados, la respiración agónica, la cabeza a punto de estallar. Este nirvana no tiene fin.